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Tuesday, February 28, 2012

Funeral P. Federico Moliner, Homilíaa

Francisco Montesinos, Provincial
Valencia, 11 de febrero de 2012

Estimados hermanos escolapios, religiosos y laicos. Apreciado D. Joaquín, sobrinos y familia a la que tanta consideración y recuerdo tenía el P. Federico. Todos sabíamos que su familia, vosotros, ocupaba un espacio muy grande en su corazón. A vosotros en especial, quiero expresaros en nombre de todos los hermanos escolapios, la cercanía de estos escolapios, muchos de los cuales, vivimos largas temporadas con él.

Nuestra Eucaristía es, como no podía ser de otra manera, acción de gracias. Porque la vida del hombre no es obra de sus fuerzas o su ciencia, sino de Dios, Padre de cada uno de nosotros. Y poder gozar de ese don que es la vida, es motivo suficiente para dar gracias al padre de la vida, nuestro Dios. Gracias Señor, por la larga vida de Federico, en su salud y en su enfermedad. Hoy, ante ti Señor, y ante nosotros sus hermanos, sólo caben palabras de bendición y agradecimiento. Las debilidades y los pecados que todos llevamos encima durante nuestra vida, han sido recogidos por ti y sometidos al juicio del amor. Hoy, Señor, sabemos que está ante tu presencia bendiciendo el don de la vida e intercediendo por estos hermanos que nos hemos congregado en esta mañana en este templo que tantas veces le vio celebrar la acción de gracias de la Eucaristía.

Las dos lecturas que hemos proclamado, que son Palabra de Dios, han sido especialmente significativas para nuestro hermano y nos recuerdan cosas importantes para todos nosotros, los que creemos en el Señor. Dice Isaías que el Señor ha preparado un banquete para aquellos “que esperan su salvación”. Vivir confiados en el Señor. Nuestro hermano Federico fue un hombre de oración, que como el autor del texto supo decir «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara». Mientras mantuvo la conciencia así lo dio a entender, sin grandes manifestaciones ni alharacas, reservado también aquí.

El Señor prepara un banquete para cada uno de nosotros y nos invita a entrar en él. ¡Cuántas veces hemos escuchado textos del evangelio que nos hablan de banquetes! Y también de invitados que no entraron o no quisieron ponerse el traje de gala para poder asistir al mismo. Mucho desprecio o ignorancia a participar en algo tan hermoso como un banquete. Pero los hombres somos así. Hoy alabamos al hombre que sabe ponerse el buen traje, el interior, el que protege la sensibilidad del corazón, el que arropa las buenas acciones, el que da calor a nuestra vida. Ese traje tiene que ser “de gala”, de buena calidad. Porque el que así viste su vida, será aceptado en el banquete, un “festín de manjares suculentos”. Los que llegan al banquete esperan en Dios para la salvación

Este evangelio que hemos proclamado conmueve el corazón de cualquier creyente que escucha la Palabra de Dios y que es diligente en su cumplimiento durante el transcurso de la vida. Ser llamado “bendito del Padre” es la mayor recompensa que puede cada uno de nosotros recibir. Que el Padre hable bien de nosotros, también es una invitación a hablar bien entre nosotros.

Jesús, momentos antes de iniciar su etapa final, antes de su pasión redentora, reúne a sus discípulos y les dice estas palabras que acabamos de escuchar. Son las palabras que van concluyendo toda su vida pública. Son las palabras que recogen todo lo que sus seguidores han oído y vivido, y ahora, a modo de evaluación, van a ser las pruebas que conduzcan a ese apto que les introducirá en el banquete del Padre. Y va a ser Él, Jesús, el que los acompañó a través de tantos pueblos, recorriendo caminos y veredas, el que les va a decir “las preguntas de esta evaluación al final del camino”. Jesús, el buen pastor que conoce a sus ovejas va a señalar a las que han escuchado su voz y vivido según lo aprendido, y también a las que han vivido de espaldas al amor olvidándose del mandamiento principal de Jesús: que os améis tanto como yo os he amado.

Y releyendo estas palabras recuerdo al P. Federico “enseñando al que no sabe”. El buen maestro que gozaba y bien enseñaba la literatura. El buen catequista que se ganaba la atención de sus alumnos con aquellas representaciones de parábolas en la clase que cautivaban a los más pequeños. No es fácil “enseñar”, ni ahora ni hace unos años. Y más difícil es enseñar transmitiendo vida, con el corazón. Fue un buen maestro escolapio. Alguno de los que nos acompañáis esta mañana sois buenos testigos de ello.

Pero el P. Federico cultivó una faceta menos conocida y que me vais a permitir desvelar. Es la que tiene tanta relación con el evangelio que hemos proclamado. Es la del creyente sensible a las necesidades de los más débiles. Aquí en nuestro barrio, en Villa Teresita, en Amaltea, dedicó mientras tuvo fuerzas, horas y empeños por enseñar a hombres y mujeres que necesitaban del idioma, y además del idioma, seguro, del calor de la cercanía cuando se encontraban en unos ambientes desconocidos y, muchas veces, hostiles.

Y los ancianos y los enfermos. Los que hemos vivido con él conocemos las celebres caminatas los sábados a la casa de nuestras hermanas escolapias de Alacuás. La atención sacramental, la charla informal, la cercanía fraterna y sacerdotal cuando alguna hermana pasaba a la casa del Padre. Tantas y tantas horas durante tantos años.

Y las visitas a los enfermos, del barrio, de familiares de sus alumnos, de conocidos de la Parroquia. Su presencia y su cercanía han sido, seguro, buenos avales para la entrada en el banquete del Señor. EL Señor que mide los corazones de los hombres, habrá sido generoso con él.

Sólo nos queda dar gracias por el hermano que nos ha dejado. Y pedirle al Señor que le permita ser intercesor nuestro, junto a Calasanz y tantos hermanos escolapios que ya gozan de la gloria del Padre. Que vele por esta E0scuela Pía que continua escuchando las palabras de este evangelio y siente la necesidad de la ayuda del Padre para poder cumplirlas en esta parcela de la iglesia que es la Escuela Pía. Que vele por tantos niños y jóvenes que necesitan de buenos escolapios, y que ante el Padre pida que suscite entre los jóvenes que nos rodean, algunos dispuestos a seguir el evangelio en la Escuela Pía para que, como él, sepan enseñar a los niños y jóvenes la Piedad y las Letras, para mayor gloria de Dios y utilidad del prójimo.

Valencia, 11 de febrero de 2012