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Monday, August 27, 2007

LCorradini - Niños encadenados - 2006

Louise Corradini, periodista del Correo de la UNESCO.

A comienzos del tercer milenio, el tráfico y explotación de niños constituye uno de los dramas más escandalosos de la humanidad. Esa forma de opresión esclaviza a cerca de 100 millones de menores.

En 1997, la policía estadounidense descubrió un grupo de 55 niños mudos que vendían llaveros por un dólar en trenes y subterráneos de Nueva York. Los muditos de Jackson Heights, como los llamó la prensa, habían sido trasladados desde México por una banda que se dedicaba a esclavizar niños indefensos. Los pequeños recibían castigos corporales y no cobraban salario alguno.

Ese episodio –ocurrido en el corazón de la civilización occidental– permitió advertir la magnitud que tiene la esclavitud infantil. Cada año, entre 700.000 y 1 millón de niños y mujeres son víctimas de ese tráfico ilegal, según estimó el gobierno de Estados Unidos en 2000.

Cuando los menores llegan a un país extranjero, quedan a merced de sus empleadores, que los aíslan para hacerlos trabajar en plantaciones, fábricas o en el servicio doméstico, obligarlos a ejercer la mendicidad o destinarlos a la prostitución infantil. Por sus condiciones de trabajo, permanecen prácticamente recluidos, corren graves riegos y son tratados como esclavos.

Un drama planetario

Los relatos de Charles Dickens, Victor Hugo, Émile Zola o Edmundo d’Amicis sobre la explotación infantil en el siglo XIX son comparables a la situación que padecen los niños esclavos al comienzo de este tercer milenio.

Por su naturaleza ilícita, es difícil cuantificar la dimensión de este fenómeno. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculó que en 1995 había en el mundo 73 millones de niños menores de 10 años “económicamente activos”.

Algunos ejemplos permiten, sin embargo, tener una idea aproximada de la gravedad que presenta esta nueva forma de esclavitud:

* Cada año, unos 200.000 niños y mujeres del Sudeste Asiático son víctimas de ese tráfico, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM).
* El Comité de Derechos del Niño denunció que entre 100.000 y 150.000 niñas y mujeres de Nepal fueron enviadas en 1995 a India para ser explotadas sexualmente.
* El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estima que hay unos 200.000 menores esclavizados en África Central y Occidental.
* En junio de 2000, la organización Human Rights Watch denunció la existencia de niños que trabajan en la agricultura de Estados Unidos en situación de esclavitud. Unos 50.000 niños y mujeres ingresan cada año a ese país para ser explotados como esclavos, según admitió la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en abril de 2000.
* En Brasil se venden 40.000 niños por año para trabajar en tareas rurales o domésticas. Los traficantes también embaucan a muchachas, a las que trasladan de una explotación minera a otra obligándolas a trabajar en cabarets.
* También existe tráfico de niñas desde Honduras, Guatemala y El Salvador hacia México, donde son vendidas a prostíbulos por 100 a 200 dólares, según denunció Casa Alianza, una ONG que defiende a los niños en peligro (ver página siguiente). En Nicaragua desaparece un niño cada tres días.

Las causas del tráfico

De Nepal a Nigeria o Brasil, se emplean métodos similares. Los traficantes se ganan la confianza de los padres gracias a una pequeña suma de dinero o algún regalo. Así consiguen que les confíen a sus hijos con la promesa de cuidarlos y encontrarles un trabajo que permitiría mejorar las condiciones de vida de toda la familia.

El tráfico de menores se explica por la pobreza que existe en algunas regiones, la decadencia del sistema de familia ampliada, la falta de acceso de los niños a la educación y de fuentes alternativas de ingreso para los padres. Sin embargo, el tráfico y la explotación infantil tiene que ver también con la percepción del niño que existe en ciertas comunidades. Muchas veces, los padres son los principales responsables de la esclavitud de sus hijos, pues a menudo los consideran como una inversión y esperan que aporten una contribución al ingreso familiar (en dinero o en especies).

En sociedades fuertemente patriarcales, se restringe o se niega la libertad a la juventud y a las mujeres. Eso explica la discriminación que se aplica a las niñas. Su explotación en el comercio sexual o en las labores domésticas es considerada, hasta cierto punto, “normal”.

La ausencia de legislaciones nacionales sobre el tráfico facilita la acción de los intermediarios y empleados. No existe una definición común ni criterios uniformes sobre las penas. Aunque en ciertos países es posible denunciar los abusos, se trata de casos excepcionales.

A nivel internacional, el Programa de Eliminación del Trabajo Infantil (IPEC) de la OIT se esfuerza en encontrar soluciones eficaces al problema. A partir de la experiencia reunida en el pasado, el IPEC promovió diversos proyectos para ayudar a los gobiernos a combatir el tráfico de niños en Asia, África y América Latina. La finalidad de esas iniciativas reside en crear conciencia sobre el problema para alejar a los menores de las actividades laborales de explotación atacando de raíz las causas de la pobreza, la ignorancia, las deficiencias de los sistemas de educación y de aplicación de la ley.

Un calvario sin fin

Las condiciones de trabajo intolerables que padecen los niños que son víctimas del tráfico, el contacto con herramientas y sustancias peligrosas y los castigos violentos que reciben no sólo quebrantan su salud. También los exponen a profundos traumas psicológicos.

La separación de su familia, los factores de presión inherentes al tráfico, agravados por los abusos sexuales ejercidos sobre los menores que trabajan en el servicio doméstico, en la calle o son obligados a prostituirse, los predisponen a un cuadro depresivo. Para muchos de ellos, esos tormentos suplementarios terminan por abrirles el camino de la delincuencia o sumergirlos en los abismos de la droga.

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