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Tuesday, June 12, 2007

UN PRESBITERIO ANTE LA PASTORAL VOCACIONAL

JUAN MARÍA URIARTE GOIRICELAYA
Obispo de San Sebastián

Del testimonio a la propuesta

Desaliento, impotencia, nostalgia... En éstas y otras reacciones se pone de manifiesto la preocupación que produce en los sacerdotes la prolongada sequía vocacional. Junto a estos sentimientos, algunas reticencias mentales (prejuicios) y otras tantas resistencias vitales (temores) en nada contribuyen tampoco a realizar una propuesta vocacional neta y firme para los jóvenes de hoy. Ante esta situación, la Iglesia -y, fundamentalmente, los presbíteros- están llamados a impulsar una pastoral vocacional lúcida y decidida, que aprenda de las deficiencias y haga de dicha penuria una ocasión propicia. ¡Ojalá que, llegado un nuevo Día del Seminario, las reflexiones de monseñor Uñarte ayuden al presbiterio y a la comunidad cristiana en esta apremiante tarea!.

INTRODUCCIÓN:

TRES TEXTOS RIFERENCIAIES

"Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó enseguida porque la tierra era poco profunda, pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz. Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron. Finalmente otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta" (Mt 13, 3-8).

"Todos los sacerdotes son solidarios con el Obispo y corresponsables con él en la búsqueda y promoción de las vocaciones presbiterales... Este deber pertenece a la misma misión sacerdotal por la que el presbítero se hace ciertamente partícipe de la solicitud de toda la Iglesia... La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la ley de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia... Su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional" (PDFV. n. 14d).

"Sabemos cuan difícil es hoy esta propuesta y cuan tentadora la alternativa del desaliento cuando el trabajo parece inútil. La pastoral vocacional constituye el ministerio más difícil y más delicado. Pero también querríamos, recordar que no hay nada más a propósito que un testimonio apasionado de la propia vocación para hacerla atractiva. Nada más lógico y coherente en una vocación que engendrar otras vocaciones; lo que os convierte con todo derecho en padres" (Congreso Europeo sobre las Vocaciones, n. 6}.

A la luz de estos textos, queremos aproximarnos a la tarea especial del presbítero en la promoción de vocaciones.

La sequía vocacional se percibe como prueba y un mal para la comunidad

I - LA 'MORAL' DE NUESTROS PRESBÍTEROS ANTE EL PANORAMA VOCACIONAL.

El impacto del "invierno vocacional".

La escasez de vocaciones produce en sacerdotes, religiosos y laicos preocupados por el futuro de las comunidades cristianas diversas reacciones. Casi todas llevan un denominador común: la pena, la preocupación por esta sequía prolongada que se percibe, en general, como una prueba grande y un mal para la comunidad cristiana.

* En algunos, la preocupación afligida se vuelve desaliento. La penuria vocacional es para ellos un signo patente de la decadencia de la Iglesia y de la fuerza indómita y creciente de un mundo poderoso que envuelve e impregna cada vez más nuestras generaciones sobre todo juveniles.

* En otros el sentimiento predominante es "la nostalgia" de los tiempos pasados de florecimiento; vocacional. La comparación con el pasado es inevitable y delicada. En el corazón de esta nostalgia anida sin embargo a veces una leve esperanza de que vendrán tiempos mejores: "Esto no puede continuar así; esperemos que cambie de situación; mientras tanto 'urge esperar' y resistir como podamos". Es una nostalgia bastante poco operativa. Está mucho más condicionada por las dificultades del momento presente que por sus posibilidades vocacionales.

* En otros prevalece más explícitamente el "sentimiento de impotencia" y de urgencia por un cambio más radical en la Iglesia. El sentimiento de impotencia se expresa de esta manera: "No vale la pena luchar contra los elementos". La urgencia del cambio se manifiesta en la convicción más o menos arraigada de que mantener la actual situación es un voluntarismo no muy lúcido. Según ellos, la Iglesia tiene que pensar en otras formas de ministerio presbiteral y de acceso a él, que se añadan a la forma actual e incluso, tal vez, la substituyan. Hay que pensar en un sacerdocio no célibe, en una apertura del camino sacerdotal a la mujer, en una promoción de laicos que ejerzan casi todas las funciones que hoy desempeñan los presbíteros, en un diaconado permanente mucho más extendido y más profundamente arraigado, en una vigorización de nuestras comunidades y en un modelo de Iglesia diferente. Empeñarse en la pastoral vocacional al ministerio es una manera de hurtar el bulto a reformas audaces a las que está abocada la Iglesia.

* Otros son conscientes del problema de la penuria vocacional, pero están demasiado enfrascados en sus muchas tareas apostólicas para dedicar a este capítulo una atención proporcionada a la importancia del problema. Cuando el obispo o la delegación se propone estimular su inquietud responden diciendo: "¿Otra preocupación prioritaria?; no cabe en mi agenda".

* Algunos presbíteros, apenadamente conscientes de la situación presente (y sobre todo futura), creen no poder hacer mucho personalmente por la promoción vocacional. Se sienten poco capaces por su edad, su dedicación preferente a los mayores, su difícil sintonía con la juventud. Pero asumen la necesidad de una entrega más abnegada y más profunda a su ministerio precisamente por la escasez de los relevos.

* No faltan tampoco quienes, a pesar de la dificultad de la pastoral vocacional se preocupan activamente por ella, colaboran con la delegación diocesana, envían muchachos a las convocatorias, sensibilizan a los catequistas y padres, llaman a algunos muchachos. Con frecuencia en estos sacerdotes, catequistas y educadores la prueba de la crisis vocacional despierta una confianza más aquilatada que les hace poner en las manos del Señor de la historia y de la Iglesia la suerte futura de su comunidad, sin querer dictarle los caminos por los que Él proveerá a dicha suerte futura. Más aún: se preguntan qué quiere decirnos el Espíritu Santo a través de esta penuria vocacional y se aprestan a interpretar este mensaje. Saben que los tiempos de crisis e incluso de debilitamiento eclesial no son un mal "químicamente puro" sino también una ocasión propicia para purificarnos y convertirnos personas, comunidades e instituciones eclesiales.

Algunas reticencias mentales frecuentes para una propuesta vocacional neta

La dificultad y delicadeza de la promoción vocacional es una situación muy propicia para suscitar en sacerdotes, catequistas, educadores, padres, todo un abanico de reticencias y de resistencias que afectan bien a su mente, bien a su afectividad. Es cierto que muchos sacerdotes no sucumben ante ellas y realizan a su manera la pastoral vocacional. Vamos a analizar algunas reticencias mentales (o prejuicios) que suelen bloquear la propuesta vocacional.

* En un pasado todavía no lejano, la familia, el ambiente y la influencia eclesial condicionaban fuertemente la vocación de niños y adolescentes. Hoy, por un movimiento pendular, explicable pero excesivo, algunos sacerdotes han llegado a la convicción de que "a nadie puede hacérsele honestamente una propuesta vocacional antes de la edad propiamente juvenil". Estiman que la inclinación temprana de algunos muchachos hacia el sacerdocio carece de significación y es incluso casi siempre sospechosa. Creen que la propuesta vocacional en edades más bajas es un condicionamiento indebido e irrespetuoso para un psiquismo todavía débil.

* La pastoral vocacional de antaño hacía de los seminaristas "clérigos prematuros". No favorecía en el seminarista un contraste previo y suficiente entre las múltiples posibilidades de la vocación cristiana. Hoy podemos incurrir con alguna frecuencia en un error inverso. Con dudoso rigor teológico, damos por supuesto que los niños y adolescentes son "laicos en gestación". En consecuencia, la formación cristiana que les ofrecemos, los testimonios que les brindamos y las orientaciones prácticas que les sugerimos están orientadas, exclusivamente, a una vida laical. En realidad son "cristianos en gestación". Dios quiera que esa gestación no termine en "interrupción del embarazo" (como se dice eufemísticamente). La inmensa mayoría de los que perseveran en la fe serán laicos. Algunos pueden y deben ser presbíteros.

* Aunque los tiempos de sequía vocacional son propicios a admisiones precipitadas de candidatos al Seminario, el peligro inverso no es imaginario: trazar un tipo definido de candidato y exigirle un recorrido determinado previo a su ingreso. Una buena parte de los candidatos reales no se ajustan a ningún diseño. Dios es imprevisible. Las variables psicológicas, históricas y sociológicas que confluyen en cada vocación concreta desbordan cualquiera de las previsiones excesivamente precisas y exigentes. Las vocaciones reales son como son, no como quisiéramos que fueran. Están donde están, no donde preveíamos encontrarlas. Por ejemplo: casi inesperadamente, en muchos lugares surgen vocaciones mayores (entre los 30 y 40 años). Parecería que la década de los teenagers e incluso de los 20 estuviera sometida a un aturdimiento general poco propicio a planteamientos vocacionales. Pero sigue siendo una edad vital. No todos los adultos y jóvenes son iguales. En consecuencia, procede ampliar el abanico de la edad de la oferta, pero no desistir en la llamada más temprana. Los esquemas rígidos pueden dificultar este, encuentro. Naturalmente, esta afirmación no contradice la necesidad de que el Seminario Mayor ofrezca y postule una específica espiritualidad y una formación pastoral coherente con ella.

* Algunos sacerdotes estiman, en fin, que la drástica reducción de vocaciones presbiterales es "más bien una gracia que una desgracia". Resultaría necesaria para que los presbíteros declinaran muchas tareas y responsabilidades eclesiales que no les son específicamente propias y las transfirieran a los seglares. La alarma por el descenso de vocaciones al presbiterado sería injustificada o, al menos, desmesurada. No pasaría nada grave en la Iglesia por que el ministerio presbiteral quedara reducido a unas dimensiones muy modestas o incluso fuera suplido por laicos liberados.

* Es claro que esta concepción revela, además de un déficit teológico y eclesiológico, una original (y extraña.) interpretación de los signos de los tiempos. Déficit teológico porque olvida que el ministerio pertenece a la estructura de la Iglesia y constituye un principio estructurador de la comunidad cristiana. Original interpretación, porque la penuria de un bien necesario no es una situación de gracia. Aunque sí es verdad que en el corazón de esta penuria “el Espíritu quiere decirnos algo” y quiere movernos a algo (por ejemplo, a dedicarnos más a un verdadero proceso de iniciación a la fe y a promover más el laicado).

La dificultad y delicadeza de la tarea suscita reticencias y resistencias.

Algunas resistencias vitales para una propuesta vocacional firme.

Tras las reticencias mentales vamos a considerar ahora algunas resistencias de naturaleza afectiva, El denominador común de casi todas ellas es el temor. Este temor (que en nuestro caso no es algo carente de fundamento ni una simple escapatoria para hurtar el hombro a una tarea de frutos poco visibles) puede revestir formas diferentes.

* El temor a crear extrañeza y distancia entre los muchachos. La propuesta vocacional queda muy lejos del mundo de proyectos y realizaciones de la gran mayoría de nuestros adolescentes y jóvenes. Incluso despierta un reflejo defensivo espontáneo en muchos niños. Tal extrañeza defensiva puede retraer al cura, catequista, monitor, educador religioso, e inducirles el temor a formular la propuesta a los posibles candidatos. Se dice en su interior: "Bastante me cuesta tener un buen contacto con los niños mayores, los adolescentes y los jóvenes para 'espantarlos' con invitaciones vocacionales".

* El temor a parecer ante los padres proselitista y a ser tachados por ellos de presionar a los niños o adolescentes. La sensibilidad de bastantes padres es, en este punto, suspicaz. Una propuesta personal, sobre todo si es repetida, puede parecerles poco respetuosa de la libertad de los hijos..., y de las ambiciones de los padres respecto al futuro de sus retoños.

* El temor a orientar al muchacho hacia un camino que exige mucho sacrificio, goza de escaso renombre social, ofrece pocas compensaciones hoy cotizadas como valiosas y es surco de sufrimiento. Cuando un cura lee su historia personal como historia de sufrimiento (a veces con mucho motivo), es fácil que ante una posible predisposición vocacional de un muchacho se diga: "No me atrevo a empujarlo a un camino que, en el mundo en el que va a vivir, le va a resultar bastante oscuro y sufrido". Cuando un sacerdote o catequista ve cómo viven los presbíteros, su estatuto social, el escaso relieve del Evangelio, la imagen de la Iglesia, puede preguntarse: "¿Dónde se va a meter este muchacho?".

* El temor a estar poco preparado para llamar y acompañar a un muchacho que entra en el camino de su clarificación vocacional. "Es un terreno muy delicado; eso es pastoral muy especializada". Seguramente, vosotros añadiréis otros temores o tacharéis como poco relevantes algunos de los que yo he apuntado. Lo importante es que nos auscultemos a nosotros mismos para detectar cuáles se alojan dentro de nosotros y discernir cómo encararlos y disiparlos o, al menos, domesticarlos.

Cómo es la propuesta vocacional que realizamos.

Reticencias mentales y resistencias afectivas pueden expresarse equivalentemente en estas dos palabras: prejuicios y temores. Si no llegan a congelar la propuesta vocacional a los muchachos o a sus padres, influyen al menos en el modo de realizar esta propuesta.

* La propuesta personal puede pecar de reducida. En principio, todos los muchachos que se mueven en ámbitos eclesiales (parroquia, colegio católico), deben recibir una propuesta general, una invitación al grupo entero. Aquellos que creemos pueden ser aptos deben recibir una propuesta particular, una invitación personal. Un muchacho que muestra una cierta inclinación a la piedad, un carácter bueno y espabilado, una bondad de corazón, debe ser invitado. Un joven sinceramente cristiano debe interrogarse una vez en su vida si el Señor no le llama a esta manera concreta de ser cristiano: ser sacerdote. Los provocadores ordinarios de esa interrogación somos en buena medida los sacerdotes. Algunos jóvenes, en principio aptos, reciben de nosotros esta propuesta: muchos otros no la reciben ni de nosotros ni de nadie. Las encuestas sobre vocaciones que conozco prueban esta afirmación. La gran mayoría responderá que no; una minoría reducida, pero no insignificante ni residual, puede y suele responder que está dispuesta a plantearse la pregunta. En una investigación sociológica realizada por el Departamento de Sociología entre alumnos de la Universidad de Deusto ("Jóvenes de Deusto y Religión". Cuadernos de Teología, n2 32), un 9% de alumnos manifiesta que en alguna ocasión ha acariciado la idea de la vocación religiosa. Un 1% dice haberla tomado y analizado con seriedad.

* La propuesta general y particular suele ser frecuentemente "tardía". Salvo excepciones, el riesgo de influir en exceso en la mente y corazón de un niño mayor, de un adolescente o de un joven es hoy prácticamente nulo. Muy al contrario: hacer en las debidas condiciones al muchacho una propuesta general o particular es abrir en ellos un espacio para una mayor libertad.

La propuesta puede conseguir que una alternativa que no habían considerado o habían desechado irreflexivamente se convierta para ellos en algo que merece su atención. Una propuesta así no sólo ensancha su abanico de elección, sino que les ayuda a ser libres porque les presenta ante los ojos algo diferente que reclama romper con la lógica imperante, con la influencia determinante del ambiente, llevado por ese ambiente, hoy el muchacho no es verdaderamente libre para elegir positivamente ser cura si no se le ayuda presentándole la alternativa de serlo, disipando sus temores y animándole a ser responsable de su decisión y no esclavo del ambiente. El ambiente lateral entre muchachos es muy poco favorable a la vocación sacerdotal. La influencia de ese ambiente lateral es muy grande, casi dictatorial, sobre los chicos, lo he comprobado personalmente. Si a los miedos interiores se suma el ambiente exterior, decidme qué espacio de libertad le queda al muchacho bueno y con una cierta inclinación religiosa: casi ninguno si no fortalecemos su "yo" con nuestro apoyo.

Los prejuicios y temores influyen para realizar la propuesta vocacional a los muchachos o a sus padres.

* La propuesta suele ser, con frecuencia, pusilánime, es decir, insegura. Naturalmente, los temores que podemos llevar dentro de nosotros mismos se reflejan en la propuesta. He sentido personalmente esta tentación. Yo mismo he visto muchas veces cómo al formular a un grupo la propuesta vocacional, muchos jóvenes "desconectaban". Lo sentía mientras les hablaba. Ante esta respuesta, la reacción espontánea por nuestra parte es la pusilanimidad, el hablar inseguro, la tentación de "albardar" el mensaje vocacional y de descafeinarlo, reduciéndolo a una vocación social de servicio o a una tarea nimbada artificialmente de una abnegación heroica. Nos cuesta sostener el "punch profético". Pero hemos de pensar: "Aquí hay chicos de diferente sensibilidad; algunos pueden estar conectando; vale la pena mantener e intensificar la propuesta".

* La propuesta suele ser poco interpeladora. Exagerando y caricaturizando un poco, podría formularse así: "Mira si te interesa esto de ir al Seminario; actúa con toda libertad; no tengas ningún miedo a decir que no te interesa; yo comprendo que esto no es atractivo y que es difícil". Una propuesta así delata una gran inseguridad en el proponente. Tal vez nuestra propuesta no es suficientemente interpeladora porque confundimos el respeto delicado que debemos siempre a la decisión de una persona (y más todavía si es poco madura) con el carácter concreto, interpelador, singular y decisoria que tiene la llamada del Señor. El "Ven y sígueme" es resuelto e interpelador. Nosotros, en nuestra propuesta, tenemos que saber armonizar la interpelación que viene del Señor con el respeto que debemos al interlocutor. Pero no podemos convertir la interpelación del Señor en una simple invitación "a voleo, por si cuela", como la propaganda publicitaria que depositan diariamente en nuestros buzones. Naturalmente, tenemos que ser menos interpeladores en el momento de la decisión. Pero hemos de ser netamente interpeladores a la hora de invitarles a planteárselo al menos una vez en la vida. Este autoplanteamiento es un postulado de la naturaleza vocacional de la vida cristiana y del carácter singular, concreto y propio de la llamada. El Señor nos ha llamado no sólo a ser cristianos de manera genérica, sino a serlo de una manera determinada. Así nuestra vocación cristiana se torna vocación particular. "Cada uno ha de ser ayudado para poder acoger el don que se le ha dado a él en particular, como persona única e irrepetible" (PDV, 40). Algunos de nuestros jóvenes son llamados por Dios a ser en concreto sacerdotes. Ayudar a los jóvenes a descubrir su vocación particular y a preguntarse si el Señor no les llamará al presbiterado es, pues, una tarea que brota de la teología de la vocación.

II - RAZONES PARA UNA PASTORAL VOCACIONAL, LÚCIDA Y DECIDIDA

El vigor de algunos organismos por los demás bien dotados se debilita por el déficit de algunas substancias que son necesarias para que en él se realicen funciones orgánicas importantes. La medicina conoce muchas insuficiencias de esta naturaleza. Estimo que éste es el caso de la vocación presbiteral: el organismo de nuestras diócesis se está resintiendo de "insuficiencia vocacional". Es el vigor mismo de la diócesis el que queda cuestionado si las vocaciones siguen disminuyendo en nuestra comunidad diocesana. Veamos sucintamente por qué.

La necesidad del ministerio para asegurar los servicios básicos a la comunidad eclesial.

El Señor genera y regenera incesantemente a la Iglesia por su Palabra, su Eucaristía y su servicio de Guía de la comunidad. Éstos son los servicios básicos que la Iglesia necesita para dedicarse a su vocación: adorar a Dios, vivir la fraternidad comunitaria, ofrecer al mundo el testimonio de su fe y el servicio de su caridad. Una Iglesia así nutrida por la Palabra, la Eucaristía y el Pastoreo de la comunidad está preparada para que el Espíritu suscite en su seno carismas diversos que refuercen su vigor y ofrezcan valiosos servicios al mejoramiento de la sociedad. Los sacerdotes son precisamente los que en nombre de Cristo ofrecen intensivamente a la comunidad cristiana aquellos servicios, básicos. Sin ellos, la comunidad cristiana perdería rápidamente vigor e identidad. Los carismas reclaman un suelo previo, rico en sustancia espiritual, en el que arraigarse. Si ese suelo no está bien nutrido por la Palabra, la Eucaristía y la atención pastoral no prenden con el debido vigor. Al igual que un hospital, un colegio, un simple campamento de verano necesitan, para dedicarse a lo suyo, un buen servicio de intendencia, podemos decir que los sacerdotes somos "la intendencia de la Iglesia" (Cfr. Presbíteros diocesanos, una necesidad urgente, Obispos vasco-navarros, 1991, p. 912).

El carisma presbiteral despierta, regula y armoniza los otros carismas.

El presbiterado no es simplemente un carisma junto a otros. Es un carisma especial al servicio de los demás carismas. Por eso, si todos los carismas convierten al agraciado en servidor, el presbiteral lo convierte en servidor de servidores. El servicio que presta el sacerdote a los carismas consiste en:

* Descubrirlos y hacerlos emerger. En otras palabras: detectar las potencialidades de servicio a Cristo, a la comunidad, a la sociedad, que subyacen dormidas en muchas personas, la misión del presbítero no consiste en acumular carismas, sino en despertarlos en los demás. A él corresponde ser "ministro de la inquietud", suscitar en los demás la fiebre del servicio y sostener en este servicio cuando el cansancio o el desaliento les tienten a declinarlo o interrumpirlo.

* Discernir los carismas, es decir, garantizar, con temor y temblor, mediante un discernimiento cuidadoso y muchas veces compartido, si son o no del Espíritu y, en caso positivo, decantarlos de las adherencias de rigor, de orgullo espiritual, de sectarismo, de profetismo agrio que la encarnación humana de los carismas auténticos puede llevar consigo.

* Armonizarlos: como un director de coro armoniza y "empasta" voces diferentes, el presbítero recibe la misión de procurar la comunión y corresponsabilidad entre personas y entre grupos dotados de carismas diferentes. El defecto inherente a la encarnación histórica de muchos carismas consiste en una sensibilidad selectiva que privilegia su misión parcial hasta el punto de sentir la tentación de un trabajo en solitario o de una ignorancia práctica de otros carismas.

Este triple servicio se debilita cuando la calidad y cantidad de presbíteros traspasa ciertos umbrales inferiores. Cuando esto sucede, muchos carismas no emergen; otros abandonan el servicio; otros implantan sus hegemonías casi excluyentes en la Iglesia; otros pueden enfrentarse entre sí. Una Iglesia que no sea carismática es una Iglesia sumamente empobrecida. El empobrecimiento del ministerio empobrece la vida carismática de la comunidad y, por tanto, a la Iglesia.

La tendencia "reproductiva" de todo carisma permanente.

Lleva en sí una "programación reproductora". "El ministerio ordenado tiene la intransferible tarea de promover todas las vocaciones. El ministerio es para todas las vocaciones y todas las vocaciones son para el ministerio. De modo particular el cuidado del Seminario debe ser preocupación de toda la Iglesia" (Congreso Europeo sobre las Vocaciones). Por tanto, también (y muy especialmente) de los presbíteros. Tal vez ese "dinamismo reproductivo" se encuentre más arraigado hoy en determinados estamentos de la Iglesia que en el presbiterio (por ejemplo, en los religiosos).

Cuando se trata de una vocación de cuyo vigor depende el vigor de otras muchas vocaciones, el cuidado por suscitar, acompañar y formar vocaciones al presbiterado, lejos de ser signo de una desestima de la vocación laical, religiosa, misionera, es signo del aprecio que les profesamos. Velar por las vocaciones sacerdotales equivale a velar por toda la comunidad.

III - CINCO ACTITUDES NECESARIAS PARA LA PROMOCIÓN VOCACIONAL

No me refiero aquí a las actitudes "absolutamente básicas" como la oración, la identificación con nuestro ministerio, la perseverancia en el empeño, el aguante de corredor de fondo, etc. Me remito a algunas actitudes específicamente referidas a la pastoral vocacional.

Asumir, vitalmente la prioridad de la tarea.

Uno de los problemas de bastantes sacerdotes muy ocupados consiste en que la intensidad y calidad que ponemos en nuestras tareas no siempre está en correspondencia con la importancia de dichas tareas. En otras palabras: no siempre nuestra actividad está debidamente jerarquizada.

Es difícil, si tenemos clara la jerarquía de nuestras tareas, aducir que estamos "muy ocupados" en otros quehaceres. Podemos decir: "Yo no estoy ya para estos trabajos finos; pero estoy dispuesto a realizar otra clase de servicios (por ejemplo, a la gente mayor) para que otros puedan dedicarse más a la pastoral vocacional". Pero lo que no podemos aducir como motivo para no ejercer la pastoral vocacional es que "estamos muy ocupados".

Asumir una prioridad significa en la práctica incorporarla a nuestro programa concreto de trabajo y evaluar periódicamente nuestra dedicación a ella. No temamos que por lo general vaya a detraernos mucho tiempo ni a ocupar todo nuestro "espacio psíquico".

La calidad de nuestro testimonio evangélico.

Dicen algunos especialistas que la sociedad actual (y en ella los jóvenes) ha perdido capacidad simbólica, es decir, la aptitud y disposición para dejarse interpelar y movilizar por los signos y, en concreto, por el testimonio. Puede ser verdad. Creo que lo es en parte. Muchos jóvenes "profundizan en la superficie". Otros tienen un fondo religioso débil que es bastante sordo a la resonancia del mensaje vocacional. Una existencia cristiana que resultaba interpeladora hace veinte años, tal vez no interpele demasiado hoy. Pero hay signos de calidad que sí son interpeladores. Una Teresa de Calcuta, un Mons. Romero, unas misioneras de Ruanda interpelan de verdad. Uno de estos signos es nuestra radicalidad evangélica. Cuando un joven dice o piensa de Un cura: "Éste 'cree en Dios'; su hablar, su escuchar, su hacer me da la impresión de verdad; este cura ora de verdad, no tiene 'un clavel', está siempre disponible, acoge siempre"... ese testimonio le está interpelando, y puede conducirle a preguntas existenciales sobre la propia vocación.

La alegría del Espíritu.

No me refiero a la jovialidad y a la juvenilidad, que son propias de algunos temperamentos y, generalmente, de ciertas edades, la alegría es otra cosa. Es vivir centrados en nuestra misión. Es sentirse bien en la propia piel. Es la capacidad de encajar las dificultades y los contratiempos. Es la aptitud para mirar el lado positivo de las personas y de la vida. Es la relativa inmunidad ante el desaliento. Es la capacidad de infundir en otros las ganas de vivir. Es la virtud de despertar en la gente lo mejor que tiene y de amortiguar lo negativo que lleva dentro. Esta alegría interpela. Hace preguntarse:
"¿Qué hay dentro de este hombre?, ¿qué resorte le hace ser así?".

La proximidad a los preadolescentes, adolescentes Y jóvenes.

La proximidad tal como la entiendo aquí tiene dos dimensiones:

* La primera consiste en una actitud interior: la aceptación positiva de los jóvenes con sus virtudes y sus defectos. En otras palabras: un "a priori positivo" ante los jóvenes. Esta aceptación no supone ceguera para registrar las innegables debilidades y quiebras de nuestras generaciones más jóvenes. Pero sí descarta una actitud recelosa o una actitud de extrañeza. La vida adulta puede (no necesariamente) irnos distanciando del mundo de los jóvenes hasta el punto de provocar en nosotros un sentimiento de extrañeza, de distancia, de incomunicación.

* La segunda es el trato frecuente y familiar con los jóvenes. A veces, sobre todo en parroquias grandes, coordinamos a los responsables de las diferentes áreas, pero estamos poco con los preadolescentes, adolescentes y jóvenes. Los proyectos de vida se comunican por contigüidad, casi por contagio. Viendo de cerca a un cura trabajar, desvivirse, sufrir y gozar, tratar y orar, pueden algunos jóvenes barruntar, movidos por el Espíritu, el misterio que uno lleva dentro, sentir su atractivo e identificarse con él. Cuando se dan estas dos dimensiones de la proximidad, puede y suele darse un fenómeno que es muy favorable a la emergencia de la vocación: una identificación con la persona concreta y, a través de ella, con su proyecto vital.

La preparación adecuada.

La pastoral vocacional se ha vuelto no sólo difícil por los frutos, sino compleja por su delicadeza. Al igual que la pastoral familiar, o la pastoral litúrgica o la pastoral con los marginados, requiere un aprendizaje teórico y práctico, una formación. Postula, por tanto, lecturas, cursillos, intercambio de experiencias. Es preciso evitar un combinado "perverso" que se da en bastantes sacerdotes: la pereza para realizar lo no cotidiano y trillado y el miedo a fracasar. Pero es preciso también añadir que para llamar y despertar no hace falta ningún "doctorado en Oxford". Y si se trata de "acompañar" un proceso, podemos encomendarlo a una persona quizás mejor preparada.

IV - TAREAS PRESBITERALES EN LA PASTORAL VOCACIONAL

Identifiquemos algunas de mayor calado. Son válidas para curas de parroquia, para profesores de Religión y para consiliarios de movimientos.

* Sensibilizar a la comunidad parroquial.

La preocupación del cura por las vocaciones presbiterales debe trasvasarse a la comunidad parroquial. La predicación es un espacio apto. Organizar Jornadas de oración por las vocaciones lo es igualmente. En las reuniones del Consejo de Pastoral (si existe), el problema de cómo suscitar vocaciones en la parroquia debe ser abordado. Conozco alguna parroquia en la que el Consejo decidió invitar a algunos jóvenes especialmente vinculados a ella. En otras, realiza esta delicada misión el grupo de pastoral vocacional de una parroquia o de un arciprestazgo. No son, con todo, muchos los que "se atreven a invitar".

* El contacto directo con los padres.

Cuando se trata sobre todo de jovencitos (12-15 años), es necesario este contacto. Para disipar sus temores y prejuicios. Para estimular su respeto a la inclinación del muchacho. Para animar la responsabilidad que tienen, como creyentes, de favorecer la libertad de opción de su hijo. Para denunciar con mansa y delicada firmeza los instintos de protección y de posesión que muchas veces les induce a retraer a sus hijos de invitaciones vocacionales.

* La invitación directa a los muchachos.

La invitación general debe ser hecha a todos; la singular debe hacerse a los que nos parecen aptos. Si responden que no, es bueno preguntarles amablemente por qué. Si se retraen tímidamente, tal vez proceda volver en otro momento y ayudarles a identificar sus resistencias y sus miedos. Si se muestran dispuestos, es necesario iniciar un camino de discernimiento en encuentros periódicos con ellos.

* Animar la cooperación de los catequistas.

El cura debe sembrar la inquietud vocacional en los catequistas. Es bueno que también ellos tengan un cursillo de mentalización y sensibilización en el que conozcan los motivos, los criterios y los modelos de intervención catequístico-vocacional en las diferentes edades. Es necesario que se les ofrezcan y expliquen materiales para estas intervenciones catequéticas.

V - APRENDER DE NUESTRAS DEFICIENCIAS

Hay un interrogante hoy muy vivo, que no podemos soslayar: en medio del invierno vocacional hay grupos y espacios eclesiales en los que surgen vocaciones "relativamente abundantes". Nuestra reacción espontánea suele ser cerradamente crítica ante las propuestas vocacionales que se materializan en estos grupos y espacios: "fuerzan a la gente, la aíslan en un gueto, crean generaciones 'a la contra', fanatizan a sus adeptos, les 'jaman el coco', adscriben a muchachos poco normales, son en general movimientos eclesial y cívicamente integristas". A lo mejor hay, según los grupos, algo o bastante de todo esto en la pastoral vocacional de estos; grupos. Pero con estas respuestas, casi siempre exageradas, no damos cuenta del problema. Me parece más honesto y más sagaz analizar "por qué" estos grupos tienen vocaciones. Tal vez este análisis delatará en su estrategia errores, excesos, abusos que no queremos, no debemos, no podemos cometer. Pero quizás puedan; destacarse de él algunos aspectos que "descuidamos" o cultivamos insuficientemente en nuestra pastoral vocacional. Yo no he realizado el análisis profundo de este porqué. Pero algo he pensado acerca de los factores que descuidamos. Podemos encontrar en las 'prácticas vocacionales' de estos grupos las siguientes insistencias, que habríamos de incorporar más decididamente.

La iniciación de los jóvenes a la oración.

En la oración hecha con fuste y con sinceridad resuena de manera viva e interpeladora lo que Dios quiere de nuestra vida. El Dios que simplemente me atrae se convierte en el Dios que me atrae y me interpela. Enseñar a orar me parece elemental para suscitar vocaciones. Ayudarles a orar habitualmente y a introducir la oración diaria o frecuente en su "proyecto de vida personal" me parece capital. Enseñar a manejar en la oración los innumerables y preciosos textos de la vocación en la Biblia con unos cuestionarios adecuados y con unos comentarios adaptados me parece una manera excelente de "provocar" la llamada de Dios. Tengo experiencia personal que avala esta afirmación.

La práctica del acompañamiento espiritual.

Es otra práctica que privilegian los grupos que tienen vocaciones. Si Dios tiene un proyecto singular y concreto sobre mi persona, será necesario discernirlo. El Señor no habla generalmente a través de signos fulgurantes y evidentes. Pero tampoco su llamada es tan enigmática que no se pueda descifrar. En ese claroscuro se sitúa el discernimiento. La dirección espiritual o acompañamiento personal es un medio muy apto para tal discernimiento. Acompañado del director, el muchacho lee los signos que Dios le emite en su vida, y distingue tal vez entre ellos la llamada vocacional. Este acompañamiento debe tender a ser total en extensión y en profundidad.

* En extensión.

No ha de reducirse a los aspectos estrictamente vocacionales. La vocación presbiteral se despliega en el contexto de una vida biológica, intelectual, sexual, social, moral, religiosa, eclesial. Condiciona todos estos aspectos y es condicionada por ellos. Es preciso que quien acompaña los conozca para que pueda ayudar a discernir.

* En profundidad.

No ha de circunscribirse a una simple valoración del comportamiento (=rendimiento). Es necesario el análisis de las "motivaciones", de las actitudes y todavía debajo de ellas, el fondo de sus inclinaciones y rechazos vitales que la ascética clásica llamaba "pasiones". Debajo de una inclinación vocacional pueden esconderse el afán de protagonismo; el temor a la intemperie de la vida civil; la baja autoestima; el sentimiento de ser moralmente vulgar; el miedo a la mujer; la incomodidad ante el propio cuerpo; la homosexualidad latente. En el diálogo se esclarecen los motivos, se revelan los temores, trasparecen los impulsos profundos. Hay que llegar respetuosamente ahí, si queremos ayudar a discernir. Esto no quiere decir que hemos de ser "puristas". "Los motivos se enriquecen y purifican a. lo largo de todo un recorrido. Desestimarlos de entrada revela un desconocimiento funesto del crecimiento humano y de la pedagogía condescendiente de Dios" {Presbíteros diocesanos: una necesidad urgente, Obispos vasco-navarros, 1991). No hay vocaciones "químicamente puras". Lo delicado del discernimiento consiste en detectar aquellos motivos que por su exclusividad, su fuerza determinante y su componente neurótico fuerte se resisten a una purificación a través de una adecuada educación y acompañamiento.

Para realizar este acompañamiento son, desde luego, necesarios la sensibilidad al Espíritu y a sus signos; el conocimiento de la teología de la vocación; la familiaridad del acompañante o director con los procesos vocacionales; la libertad ante el candidato y su entorno; la lealtad a él; la discreción.

La conciencia viva de pertenecer a un determinado grupo eclesial.

Los grupos que atraen bastantes vocaciones suelen ser muy definidos. Saben lo que son. No son colectivos de imprecisos ni de indecisos. Tal vez sus precisiones son excesivas y sus decisiones prematuras. Pero nos enseñan que un grupo cristiano, por juvenil que sea, debe tener un nivel de definición. No todos nuestros grupos lo tienen. Estos grupos con "gancho vocacional" suelen tener una "mística de grupo". Tal mística suele llevar consigo una alta valoración del grupo y unos lazos de pertenencia y de fidelidad grupal muy definidos. Las llamadas que se reciben de ese grupo o de sus líderes tienen fuerza .persuasiva.

En una edad y en una época en la que la pertenencia a la pandilla juvenil y a la generación juvenil marcan a los jóvenes hasta el punto de hacer muy difícil en ellos cualquier conducta que "se salga" de los parámetros convencionales vigentes entre ellos, resulta necesario crear grupos con fuerte cohesión y vivo sentido de pertenencia a una comunidad (juvenil y adulta) mayor. Por eso es preciso implicarlos en los grupos parroquiales o incorporarlos en algún movimiento. De muchachos "enganchados" a la parroquia salen algunas vocaciones. A lo mejor algunos pueden parecemos un tanto "sacristías". Pero hay chavales que, después, en el Seminario, se abren mucho. Nuestros grupos parroquiales (e incluso nuestros movimientos) son generalmente "bastante bajos en temperatura grupal". Sin favorecer el intimismo, debemos promover la intimidad entre sus miembros. Sin crear dependencias comunitarias o adoraciones a un líder, hemos de cultivar la identidad y la cohesión en nuestros grupos juveniles. Sin aislar a cada miembro de su grupo natural (aunque no sea vocacionalmente favorable), hemos de formar grupos que atraigan y vinculen al joven.

La comunión y el contraste de los jóvenes creyentes con su generación y con el mundo.

Los grupos hoy vocacionalmente "fecundos" practican con frecuencia, como metodología formativa, una cierta "terapia de choque". Resaltan los elementos de contraste de su vocación con respecto a los modelos imperantes en la sociedad. Despiertan esa capacidad, e incluso esa necesidad de oponerse que existe en el muchacho. Y plasman su oposición precisamente frente a esos puntos en los que muchos jóvenes hoy son altamente dependientes (incluso esclavos) de su ambiente: la vivencia incontrolada de la sexualidad; el abuso del alcohol; la adoración del dinero; la seguridad profesional a toda costa; el confort como, valor de alta cotización; el presentismo carente de proyecto. Crean en los jóvenes la conciencia de pertenecer a un grupo "selecto" y "puro", llamado a liberar de la vulgaridad y de la esclavitud a los jóvenes hundidos en ella.

No es sana una educación que subraya tanto el contraste que olvida la comunión del joven con el mundo y con su mundo. Pero tampoco lo es aquella pedagogía que no cultiva la contradicción del cristiano con determinadas actitudes, comportamientos y modos de vida inhumanos Y legitimados simplemente por la estadística. ¿Educamos en esta contradicción y en esta contestación?.

Al fin y al cabo, ser cura hoy es una manera mansa e intrépida de contestar desde la comunión. Si la educación cristiana no despierta esta actitud, no prepara para escuchar la llamada del Señor.

¿Cómo plasmar esta educación en el contraste, de manera evangélica, equilibrada, respetuosa con las personas y positiva ante el mundo? El adolescente y el joven necesitan vivir la comunión y el contraste desde un grupo cuya fisonomía expresa al mismo tiempo ambos valores. La comunión ha de ser lo sustantivo; la contradicción, lo adjetivo.

CONCLUSIÓN

Os he ofrecido mis reflexiones y sugerencias con esperanza. Esta esperanza no es una quimera. Es objetiva. Así lo testifican las palabras de Juan Pablo II (PDV, 39): "Ha llegado el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana, los educadores, especialmente los sacerdotes, no deben temer el proponer de modo explícito y firme la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que muestren tener los dones y las cualidades para ello. No hay que tener ningún miedo de condicionarles o limitar su libertad; al contrario, una propuesta concreta, hecha en el momento oportuno, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica. Por lo demás, la historia de la Iglesia y la de tantas vocaciones sacerdotales, surgidas incluso en tierna edad, demuestran ampliamente el valor providencial de la cercanía y de la palabra de un sacerdote. No sólo de la palabra, sino también de la cercanía: de un testimonio concreto y gozoso capaz de provocar interrogantes y conducir a decisiones definitivas".

Un presbiterio ante la Pastoral Vocacional
Juan María Uriarte Goiricelaya

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