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Sunday, April 29, 2007

JUSTICIA, EQUIDAD Y SOLIDARIDAD PARA TODOS

Una reflexión sobre el TLC
a la luz de principios cristianos
Obispos de Costa Rica
30 de mayo del 2004

I. Motivos de esta reflexión.
  1. 1. Los Obispos de Costa Rica somos conscientes de la responsabilidad que tenemos como pastores, de acompañar a nuestro pueblo, en sus angustias y alegrías, en sus anhelos y esperanzas y, a la vez, animarlo a construir un futuro mejor.

  2. 2. Uno de los temas más candentes en la actualidad es el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de Norteamérica (TLC) y sus posibles consecuencias para el futuro de nuestra patria. Hemos participado en innumerables foros donde se ha presentado y discutido este Tratado. Hemos escuchado con atención a los encargados de negociar este Tratado, así como a los sectores que se sienten beneficiados con el TLC, quienes lo defienden como positivo para los intereses comerciales del país. Creemos en la buena intención de los negociadores, quienes buscan asegurar un aspecto clave de nuestra economía: las exportaciones de nuestros productos agroindustriales. Hemos escuchado también a los que se oponen a su aprobación, aduciendo que beneficiará a unos pocos y que afectará a los sectores más débiles y vulnerables como los campesinos, los pequeños agricultores y los indígenas. Otros se oponen específicamente a la apertura del ICE, del INS, entre otros aspectos, afirmando que comprometen el futuro de la nación, ante una negociación asimétrica que beneficia a la gran potencia comercial del Norte. Respetamos sus puntos de vista. Nos parece inconveniente asumir una oposición respecto al TLC por aspectos puramente ideológicos, por intereses personales o grupales o por cálculos de política electoral.

  3. 3. No podemos perder de vista el amplio contexto socioeconómico, que tenemos como punto de referencia obligado, para discutir adecuadamente el Tratado de Libre Comercio entre Costa Rica y Estados Unidos de Norteamérica. En efecto, son muchas las situaciones que agobian a nuestras comunidades. En el plano macroeconómico y macrosocial: el aumento de la brecha social, la pobreza, el desempleo, los índices de rezago educativo, los problemas de la tierra, del agua, del deterioro ambiental. Son muchos los excluidos de las oportunidades de acceso a los bienes comunes. A nivel de la realidad microsocial inmediata somos testigos de las grandes vicisitudes que enfrenta la familia: el alto costo de la vida, la violencia, la inseguridad ciudadana, la agresión intrafamiliar, especialmente contra las mujeres, la vulnerabilidad de los niños y la ausencia de condiciones para su desarrollo integral, la situación de mujeres solas jefas de hogar, a las que se les recargan las tareas de mantenimiento de la familia, entre otros aspectos. Atendiendo a las patologías sociales, el alcoholismo, el comercio sexual infantil y la drogadicción, afectan seriamente nuestras familias y nuestra sociedad. Con respecto a todos estos problemas nos sentimos corresponsables, desde la perspectiva de la construcción del bien común y de la solidaridad con cada uno de nuestros hermanos y hermanas.

  4. 4. A partir de los retos anteriores, los Obispos queremos aportar una luz que ilumine tanto los beneficios como los riesgos que este Tratado puede traer a la sociedad costarricense. Esperamos que sean de mucha utilidad para todos los actores sociales que discuten sobre la aprobación del TLC. Lo hacemos, desde la óptica del Evangelio y del Magisterio Social de la Iglesia. Analicemos, primero, los alcances del TLC.

II. Alcances del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
  1. 5. El TLC es un instrumento jurídico, un convenio entre países que les garantiza el intercambio de bienes y servicios de manera fluida. Es un instrumento que materializa las políticas comerciales del país que se basan en un conjunto de reglas que, según los negociadores, respetan los principios sobre los que ha basado Costa Rica el desarrollo económico y social. Creemos que el comercio con Estados Unidos es importante para nuestro país, por el peso tan grande que tiene en la producción nacional, en las exportaciones, en las importaciones, en la generación de empleo y porque, en un fututo cercano, puede crear más oportunidades de crecimiento.

  2. 6. Sin embargo, los contenidos de este TLC son muy complejos. Entre otras cosas, porque implican decisiones no solo sobre el trato a la variedad de productos, bienes y servicios, sino también porque tocan otra variedad de temas conexos: reglas relativas a las inversiones, a la propiedad intelectual (derechos de autor, marcas, patentes, protección y uso de datos de prueba), al medio ambiente, a la legislación laboral, a la solución de controversias, y otros.

  3. 7. Esto permite comprender por qué este TLC tiene efectos múltiples y no necesariamente coherentes entre sí, como los siguientes que merecen atención:

    - En primer lugar,

    afecta de manera diferente a los intereses, beneficios y costos de los sectores sociales y productivos que están ligados a los bienes y servicios que se negocian.


    - En segundo lugar,

    con respecto a la fuerza laboral que participa en los procesos de producción, es previsible que tengan más opciones aquellos que cuenten con mejores calificaciones profesionales, No será así para una inmensa mayoría de personas, menos calificadas, que tendrán más obstáculos en su inserción.


    - En tercer lugar,

    los efectos de la explotación de los recursos naturales del país, pueden ser positivos o negativos. Esto depende de que en los procesos productivos se tomen en cuenta o no los costos ambientales y sociales de éstos. Un aspecto de mucha importancia es, por ejemplo, lo que se refiere al uso de nuestros mares, por sus consecuencias humanas, en lo concerniente a la industria pesquera, en el caso de nuestra costa pacifica y sus consecuencias a nivel pesquero y humano.


    - Dado que el TLC exige modificaciones a la legislación costarricense en diferentes áreas, cabe el peligro de que éstas afecten principios fundamentales de la institucionalidad jurídica costarricense.



III. Previsiones.

Dado que los efectos o impactos del TLC pueden ser contradictorios entre sí —entre un sector y otro, o entre consumidores y productores—, según las negociaciones vayan a afectar los diversos intereses sectoriales, será necesario tomar algunas previsiones, como las siguientes:
  • Creemos que será necesario definir las políticas comerciales, el proyecto y estrategia de desarrollo al que corresponde un TLC, teniendo en cuenta el bienestar de todos los sectores potencialmente afectados, tanto positiva como negativamente. Cuando esta correspondencia se define con anterioridad a la negociación, se garantiza en mayor grado que la posición del Estado sea auténticamente “nacional”.

  • Creemos que es el momento para que todos, como sociedad costarricense, nos interesemos por un análisis cuidadoso acerca del estilo de crecimiento económico vigente, para que sea un desarrollo integral, sostenible y equitativo. De este estudio sereno y cuidadoso debe depender la firma y ratificación del TLC. Es fundamental que el país, en particular la Asamblea Legislativa no se apresure en tan importantes decisiones.

  • Tenemos que buscar, en una visión participativa y de conjunto, el país y la sociedad que queremos. Un “hacia dónde” y “por dónde” queremos que se desarrolle el país. ¿Cómo hacer políticas económicas que sean éticamente deseables y posibles? ¿Cómo hacer para que los diversos sectores sociales, y las comunidades todas, participen de un proceso semejante?

  • Creemos que se hace necesario una revisión cuidadosa del documento del TLC que se va a firmar, por las incidencias determinantes que tienen para el desarrollo sostenible de nuestro país.


IV. Principios por tener en cuenta.

8. Discernimiento.

¿Cuáles son los principios y valores que como Iglesia podemos aportar desde la enseñanza del Evangelio y las ricas Enseñanzas de la Iglesia? Al Papa Pablo VI —como a los demás Papas— se le presentaron muchas situaciones complicadas como esta que hoy enfrentamos. No solo de un país, sino de todo el mundo, le fueron solicitando planteamientos sobre situaciones económicas, sociales y políticas. Y su respuesta fue clara: ni el Papa ni la Iglesia pueden dar una respuesta única, ni pueden darla aislados. “Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia tal como han sido elaboradas a lo largo de la historia” (OA 4)[1]. La posición correcta, ética y religiosa, ante problemas como estos, proviene entonces de un esfuerzo colectivo.


9. Diálogo.

El discernimiento o la lectura ética de una medida económica deben realizarla las comunidades, en un verdadero diálogo. En un diálogo que parte del examen de los impactos económicos y sociales buscando “las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se considera de urgente necesidad en cada caso” afirma el documento citado. La perspectiva no es solo de eficiencia y competitividad. Es también de equidad, justicia, solidaridad y libertad. Este es el camino que como Iglesia proponemos para discernir según los principios del Evangelio respecto a contextos socio-económicos y culturales concretos, esto es, analizar la realidad que da concreción histórica a los principios éticos, en un contexto de comunión, por medio de un diálogo, que nos encamine en la construcción de prioridades nacionales.


10. Equidad.

Hay valores que son de obligada referencia, tales como los que hemos mencionado: justicia, equidad, solidaridad y libertad, y que nos permiten identificar las áreas vulnerables a las que siempre hay que poner atención para evitar que continúen o se agudicen a raíz de la aplicación de cualquier política comercial, tales como la exclusión de sectores que no cuentan con empleo, ni forma de ingreso estable y digno; la explotación de quienes están al margen de las regulaciones salariales y laborales, así como de los servicios básicos; el estilo consumista de vida, que puede mantenerse o agudizarse; el deterioro del ambiente y la pérdida de libertad personal o su reducción a ser “libre” para intercambiar productos o para poderlos escoger en los mercados.


11. Solidaridad.

Para el Magisterio Social de la Iglesia las raíces de estos problemas son: en el plano cultural: el individualismo y el nacionalismo (GS 85)[2], por supuesto sobre todo el de las grandes potencias; la desconfianza y el temor mutuos y el error de presentar a los países típicos de la civilización urbana - industrial como modelos para los países en desarrollo, pretendiendo hacerlos pasar por “universales”. Entre los factores materiales: está la forma de funcionar la economía de libre mercado (SRS 16)[3], el liberalismo económico (PP 26, 56, 58)[4]; (DP 47, 312)[5] y el imperialismo internacional del dinero (QA 108-109), (SRS 37). El Magisterio Social de la Iglesia plantea un camino distinto, de prácticas inspiradas en la subsidiaridad, la justicia distributiva, el bien común y otros principios, que son los que deben conformar las políticas económicas y los tratados comerciales y no los que rigen la actual situación de asimetría en las relaciones internacionales (PT 87, 89)[6].


12. Dignidad

de la persona y el bien común. En esta concepción del Magisterio Social de la Iglesia, ocupan un lugar central la afirmación de la dignidad inalienable de la persona humana (PT 9, GS 24 –25), (DP 1268, 1275) y la preeminencia del bien común sobre intereses particulares (MM 65)[7], (GS 53, 56 –58). Este concepto de bien común es aplicable a nivel de relaciones entre personas y grupos, y también, como lo reafirma el Papa Juan Pablo II, para las relaciones entre países (LE 2)[8], (SRS 10). Implica siempre, entre otras cosas, el deber de acomodar los propios intereses a las necesidades de los demás, el del derecho de beneficiarse todos los ciudadanos y países de ese bien común, y abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permiten a todos los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección. De ahí se derivan varios principios fundamentales,, como los siguientes:

- El de la justicia, entendida como reconocimiento de derechos y deberes mutuos, (PT 91) como obligación mayor hacia el más desfavorecido, como un uso compartido de las riquezas, como conciencia de la “hipoteca social” que pesa sobre todos los bienes (MM 119, 120); (PP 23); (LE 14).

- El principio que establece que cuando los participantes en una relación económica son muy desiguales, es insuficiente el mutuo consentimiento para legitimar un convenio o forma de intercambio, de bienes, de capital y de seres humanos (PP 59, 61).

- El principio del libre intercambio que sólo es equitativo si está sometido a las exigencias de la justicia social. (PP 59). En definitiva, todos estos esfuerzos deben acompañarse por la solidaridad social a nivel nacional e internacional (PP 44, 48); (SRS 39, 45).

- El de la autodeterminación socioeconómica y política de las naciones (PT 120, PP 6).

- El de la legítima defensa de los propios intereses nacionales, en particular frente a las empresas transnacionales (DP 1277).

- El del desarrollo entendido como «el paso para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas» (PP 14, 20).IV. Los compromisos que debemos asumir.


  1. 13. Es a la luz de estos principios que pedimos al Gobierno y a todos los actores sociales del país que se incremente el diálogo entre todos los sectores del país. En el caso de que este diálogo conduzca a la aprobación del TLC, creemos que este debe ir acompañado por una agenda complementaria, elaborada democráticamente, con proyectos de tipo legislativo y proyectos puntuales que garanticen a los sectores más débiles, la compensación de los efectos negativos del tratado, les fortalezcan en su capacidad productiva y competitiva, y les garantice un acceso más equitativo a los beneficios de este proceso.

  2. 14. En el caso de que el diálogo lleve a la no aprobación del TLC, será preciso proponer medidas alternativas, para buscar otros caminos que conduzcan a garantizar el acceso a otros mercados de nuestros productos agro-industriales, bienes y servicios. Es urgente evaluar con sumo cuidado los efectos negativos para el país en caso que no se llegara a aprobar el TLC entre Costa Rica y Estados Unidos de Norteamérica.

  3. 15. En cualquiera de los casos, y a mediano plazo, el país debe tomar otra serie de medidas, de transformaciones institucionales que conduzcan a la modificación de la dinámica actual de crecimiento, para hacerla más conforme con las metas de eliminación de la pobreza e inequidad, el mejoramiento de la eficiencia productiva, la mejor distribución de la riqueza e ingreso, y la capacidad competitiva a nivel internacional.

  4. 16. La Iglesia, por su misión constructora de reconciliación y comunión se compromete a colaborar con la realización de este diálogo y desde ya se ofrece para darle su apoyo de diversas formas. No es ella la protagonista, lo son los sectores ciudadanos mismos (OA 42). Lo que nos corresponde es promover la actitud y disposición de todos ellos para llevar a cabo las transformaciones necesarias en los escenarios antes descritos. Nos interesa la creación de espacios y formas de diálogo que permitan que éste se realice de manera ética y conducente a acuerdos operativos, que sean asumidos por las instancias políticas correspondientes. Este proceso debe ser también construido de manera participativa, evitando todo brote de violencia, de imposición o descalificación de personas o grupos.

  5. 17. Los Obispos de Costa Rica hemos querido contribuir con esta primera reflexión, fieles al Evangelio y a pueblo que Dios nos ha confiado, a buscar el bien común de Costa Rica. Reiteramos como base fundamental la justicia, la equidad y la solidaridad, con el fin de que se haga realidad un desarrollo sostenible y una vida digna para todos. Rogamos al Señor de la Historia asista con su Espíritu a todos los actores sociales para que se procure, ante todo, el bien del país.



Dado en la Sede de la Conferencia Episcopal,
el día 30 de mayo del 2004,
solemnidad de Pentecostés.

Firma el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal.

Mons. José Francisco Ulloa Rojas,
Obispo diocesano de Limón,
Presidente de la Conferencia Episcopal.

Mons. Hugo Barrantes Ureña,
Arzobispo Metropolitano de San José.

Mons. Ángel Sancasimiro Fernández,
Obispo diocesano de Ciudad Quesada,
Vicepresidente de la Conferencia Episcopal

Mons. Victorino Girardi Stellin,
Obispo diocesano de Tilarán,
Secretario General de la Conferencia Episcopal

Notas
  1. [1] Octogesima adveniens: 1971. Carta Apostólica del Papa Pablo VI, 80 aniversario de la Rerum Novarum

  2. [2] Gaudium et Spes, 1965, Constitución pastoral del Concilio Ecuménico Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual.

  3. [3] Sollicitudo rei socialis, 1987, Encíclica del Papa Juan Pablo II. sobre la cuestión social.

  4. [4] Populorum Progressio. 1967. Encíclica del Papa Pablo VI sobre el progreso de los pueblos.

  5. [5] Documento de Puebla, 1979, Conclusiones de la II Conferencia del Episcopado latinoamericano.

  6. [6] Pacem in terris. 1963. Encíclica del Papa Juan XXIII sobre la paz.

  7. [7] Mater et Magistra. 1961. Encíclica del Papa Juan XXIII sobre la Iglesia Madre y Maestra.

  8. [8] Laborem exercens, 1981. Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre el trabajo.


Friday, April 13, 2007

TLC - Cartas entre Obispado CR y Secretaría de Estado del Vaticano

Carta de los Señores Obispos de Costa Rica
al Cardenal Angelo Sodano con relación al TLC

San José, 21 de junio del 2006

A Vuestra Eminencia Reverendísima.

Tenemos el honor de dirigirnos a Vuestra Eminencia a fin de agradecer la generosa solicitud con la que desempeña el servicio que el Señor le ha encomendado a favor de Su Iglesia. A la vez, en espíritu de comunión, queremos compartirle, como hermanos en el Episcopado, algunos aspectos relacionados a la posición de la Conferencia Episcopal de Costa Rica de frente al Tratado de Libre Comercio de Centroamérica con los Estados Unidos (TLC).

Como pastores del Pueblo de Dios, hemos sido consecuentes con el encargo recibido de acompañar, responsablemente, a nuestro pueblo en la consecución de sus más altas aspiraciones y en la construcción de una sociedad más justa, democrática y solidaria. Precisamente, es nuestro compromiso pastoral el que nos ha llevado a promover y participar de innumerables foros en los que se presentan y discuten los contenidos, las implicaciones, las ventajas y las posibles consecuencias del TLC.

Así mismo, Eminencia, hemos escuchado con atención tanto a los encargados de negociar este Tratado, como a los sectores que se consideran beneficiados con el TLC y hemos atendido, con igual diligencia, a quienes se oponen a su aprobación, alegando beneficios de unos pocos en detrimento de los sectores más vulnerables de nuestro país.

En todo este proceso de discusión y eventual aprobación o desaprobación del TLC, los Obispos de Costa Rica hemos insistido en la inconveniencia de asumir una actitud de oposición o promoción por aspectos puramente ideológicos o por intereses personales o grupales; antes bien, tratándose de un asunto tan serio y decisivo para la paz y el desarrollo social de nuestro país, quisimos aportar a los fieles cristianos y a todos los hombres de buena voluntad, criterios que favorecieran el análisis objetivo a fin de esclarecer la discusión del TLC, mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio y deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia. (Cf. Octogesima Adveniens n. 4).

Como consta en todos los documentos emanados de nuestra Conferencia Episcopal, (Cf. JUSTICIA, EQUIDAD Y SOLIDARIDAD PARA TODOS

Una reflexión sobre el TLC a la luz de principios cristianos. 30 de mayo del 2004 y Los Obispos de Costa Rica y el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América. 23 de mayo del 2005- Anexos 1 y 2), y por razón de lógica competencia, los Obispos nunca hemos entrado a discutir los criterios técnicos que conforman el TLC.

Nuestro discernimiento y lectura han sido esencialmente éticos, buscando la equidad, justicia y libertad por medio de un diálogo social que nos oriente a la construcción de una nación más solidaria. Somos nosotros, Vuestra Eminencia, los primeros interesados en una transformación institucional de nuestra Patria, que la encamine a la modificación de la dinámica actual de crecimiento en conformidad con las metas de eliminación de la pobreza e inequidad, del desarrollo sostenible y una vida digna para todos, sin olvidar el mejoramiento de la eficiencia productiva ni la capacidad competitiva de Costa Rica a nivel internacional.

Creemos, no obstante que, en el caso de que los Señores Diputados del Congreso de la República procedan a la aprobación del TLC, es inaplazable implementar una agenda complementaria, elaborada democráticamente, con proyectos de tipo legislativo que garanticen a los sectores más débiles, la compensación de los posibles efectos negativos del tratado, que les fortalezcan en su capacidad productiva y competitiva, y les garantice un acceso más equitativo a los beneficios de este proceso. En el caso de no ser aprobado el TLC, los Obispos hemos llamado la atención sobre la necesidad de proponer medidas alternativas, que busquen otros caminos que garanticen el acceso de nuestros productos agro-industriales, bienes y servicios a otros mercados, y la consecuente previsión de eventuales efectos negativos para nuestro pueblo. Porque somos conscientes de que un tratado de libre comercio no es, en sí mismo, la fórmula mágica sino un instrumento para resolver los problemas más profundos de pobreza y exclusión social y económica, hemos sugerido, reiteradamente, la conformación de una Agenda Social, materializada en un cuerpo de leyes, que promueva y ayude a los sectores afectados más empobrecidos de nuestro país.

Como podrá notar Vuestra Eminencia, las razones anteriores nos han llevado a concluir que, para promover el desarrollo humano y social de nuestro pueblo, el TLC con los Estados Unidos o cualquier otro tratado de libre comercio debe configurarse en el contexto de una perspectiva moral adecuada. Juzgamos, por ende que, es un imperativo darle un rostro humano a la globalización económica, globalizando la solidaridad entre las personas y entre los pueblos.

Seguros de que, en ningún momento los Obispos nos hemos opuesto a políticas de desarrollo económico que incluyan un legítimo desarrollo humano y que, antes bien, como recién nos ha enseñado el Santo Padre Benedicto XVI, iluminamos aquellos objetivos de Justicia a la cual toda acción política debe dirigirse ( Cf. Deus Caritas Est 28), es nuestro deseo, Eminencia Reverendísima, reiterar nuestra disposición al diálogo con los diferentes actores sociales y, en particular, con el Excelentísimo Señor Presidente, Doctor Oscar Arias Sánchez, a fin de brindar, una vez más, nuestra permanente colaboración, como recientemente lo manifestamos en un encuentro con el Jerarca de Comercio Exterior, Ministro Marco Vinicio Ruiz, quien, en nombre del Gobierno, nos solicitó interponer nuestros buenos oficios para hacer un llamado a la discusión de ideas en la Asamblea Legislativa y otros foros. (Anexo 3).

Mientras agradecemos a Vuestra Eminencia Reverendísima vuestra estimable atención, le aseguramos nuestra entrañable oración para que Dios, en Jesucristo, el Señor, os retribuya abundantemente vuestra entrega y solicitud por Su Iglesia.

Dada en la Sede de la Conferencia Episcopal de Costa Rica,
el 21 de junio del 2006. Año del Señor.

A Vuestra Eminencia Reverendísima Señor Cardenal ANGELO SODANO, Secretario de Estado de Su Santidad Benedicto XVI, CIUDAD DEL VATICANO.

Monseñor José Francisco Ulloa Rojas, Obispo diocesano de Cartago, Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
Monseñor Hugo Barrantes Ureña, Arzobispo Metropolitano de San José, Vicepresidente
Monseñor Oscar Fernández Guillén, Obispo diocesano de Puntarenas, Secretario General



Respuesta Cardenal Sodano sobre el TLC
a los Obispos Costarricenses

Vaticano, 28 de junio de 2006


Mons. José Francisco Ulloa Rojas
Obispo de Cartago y Presidente de la CECOR

Señor Obispo, estimado Presidente de la Conferencia Episcopal,

Me es grato comunicarle que he recibido su atenta carta, del 21 de junio, con la cual, junto con el Arzobispo de San José, Monseñor Hugo Barrantes Ureña, y el Obispo de Puntarenas, Mons. Oscar Fernández Guillén, ha querido informarme y ofrecer algunas reflexiones sobre la posición de la Conferencia Episcopal de Costa Rica acerca del Tratado de Libre Comercio de Centroamérica con los Estados Unidos.

A este respecto, les agradezco que me hayan querido ilustrar su posición sobre la aprobación de dicho Tratado. Yo les aseguro que sigo atentamente la evolución de la sociedad de su querido País, en particular lo que se refiere a las decisiones políticas que implican aspectos éticos y morales. Estoy convencido de que precisamente en este campo tan delicado es necesario promover, como Ustedes lo están haciendo, un diálogo sereno y una colaboración consensual con todas las partes interesadas, pues éstos son unos presupuestos básicos para lograr el deseado bien común.

Con mis mejores votos les encomiendo en la oración, invocando sobre Ustedes y toda la Iglesia en Costa Rica abundantes gracias del Señor.

En esta circunstancia me complace reiterarle, Señor Obispo, las expresiones de mis fraternales sentimientos de afecto y estima en Cristo.



Angelo Cardenal Sodano,
Secretario de Estado de Su Santidad.

Wednesday, April 11, 2007

Carta al Presbiterio arquidiocesano (HBarrantes 5 IV 07)

+Mons. Hugo Barrantes Ureña
Arzobispo Metropolitano.
5 de abril del 2007
Queridos sacerdotes:


Quiero saludarlos y felicitarlos con ocasión del Jueves Santo. Hoy nos hemos reunido en torno a la Cátedra Episcopal, como comunidad presbiteral, junto con el Pastor de esta Arquidiócesis de San José, para agradecer el don del sacerdocio en la Iglesia.

  1. 1. Deseo, en primer lugar, siguiendo el sentir de la reciente Exhortación Apostólica Post Sinodal “Sacramentum Caritatis” del Papa Benedicto XVI, recordar la relación entre la Eucaristía y el Sacramento del Orden. No podemos separar ambas realidades. Una exige la otra. La Eucaristía ocupa el centro de nuestro ministerio. El testimonio de cada uno de nosotros, creo que es unánime: cuando se despertó en nuestro corazón el deseo de ser sacerdotes, soñamos a la vez con la posibilidad de celebrar la Eucaristía.

    Es importante recordar que cuando ofrecemos el sacrificio eucarístico estamos actuando en nombre de la Iglesia. No somos dueños, cumplimos un mandato: “haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 19). Escuchemos al Papa: “Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice a la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero profundizar siempre en la conciencia del propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia. El sacerdocio, como decía San Agustín, es “amoris officium”, es el oficio del buen pastor, que da la vida por sus ovejas (cf. Jn. 10, 14-15)” ( Sacramentum Caritatis, 23 ). Como podemos ver, una vez más el magisterio de la Iglesia, nos pide, a nosotros los sacerdotes, evitar los abusos en torno a la Eucaristía.

  2. 2. En segundo lugar, quiero referirme a la Pastoral Vocacional. A todos nos debe preocupar la baja en el número de seminaristas que tenemos en el Seminario Central.

    A mayor número de laicos, corresponde contar con un mayor número de sacerdotes. Ninguno de nosotros desconoce la importancia de las vocaciones para la acción pastoral de nuestra Iglesia. Y nos alegramos por el laicado generoso que tiene nuestra Arquidiócesis, pero “no debemos contentarnos fácilmente con la explicación según la cual la escasez de las vocaciones sacerdotales quedaría compensada con el crecimiento del compromiso apostólico de los laicos o que, incluso, sería algo querido por la providencia para favorecer el crecimiento del laicado. Al contrario, cuanto más numerosos son los laicos que quieren vivir con generosidad su vocación bautismal, tanto más necesarias son la presencia y la obra específica de los ministros ordenados. (Juan Pablo II, Discurso a los miembros del Clero Romano, 14 febrero 2002).

    El principal compromiso en favor de las vocaciones es en definitiva la oración: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 2). “Rogad, pues, al Dueño de la mies", quiere decir también: no podemos "producir" vocaciones; deben venir de Dios. No podemos reclutar personas, como sucede tal vez en otras profesiones, por medio de una propaganda bien pensada, por decirlo así, mediante estrategias adecuadas. La llamada, que parte del corazón de Dios, siempre debe encontrar la senda que lleva al corazón del hombre” (Benedicto XVI, Homilía durante la celebración de la Palabra con los sacerdotes y diáconos permanentes, en Freising, 14 de septiembre de 2006). Hay que orar y orar mucho, pero no como fruto de la resignación, como si pensáramos que ya hemos hecho todo lo posible por las vocaciones, con muy pocos resultados, y que por consiguiente no nos queda más que orar. La oración no es una especie de delegación al Señor para que Él actúe en vez de nosotros. Por el contrario, significa fiarse de él, ponerse en sus manos, y a la vez empeñarnos a fondo en el trabajo por las vocaciones.

    Por otro lado, la oración debe ir acompañada por toda una pastoral que tenga un claro y explícito carácter vocacional. Desde que los niños y jóvenes comienzan a conocer a Dios y a formarse una conciencia moral hay que ayudarles a descubrir que la vida es vocación y que Dios llama a algunos a seguirlo de manera específica en la consagración de sus vidas, en la comunión con él y en la entrega de sí. Por eso, las familias cristianas tienen una grande e insustituible misión y responsabilidad con respecto a las vocaciones, y es preciso ayudarles a corresponder a ellas de manera consciente y generosa.

    Si los niños y los jóvenes ven en nosotros, sacerdotes afanados en cosas superfluas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de nuestro ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos a seguir el camino del sacerdocio? Por el contrario, si experimentan en nosotros la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la «parte mejor» (Lc 10, 42), la elección más hermosa para su joven vida.

Finalmente quisiera encomendar a María santísima, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nuestra peculiar solicitud por las vocaciones. Le encomendamos de igual modo nuestro camino pascual y, sobre todo, nuestra santificación personal ya que la Iglesia necesita sacerdotes santos para que el mundo no tenga miedo y abra las puertas a Cristo.

Gracias, mis queridos sacerdotes, por su generosa entrega a favor de la causa del Evangelio. Que se consolide cada día más, en cada uno de nosotros, el amor a la Eucaristía y el compromiso a favor de la pastoral vocacional.


Los saluda y bendice,
5 de abril del 2007.
+Mons. Hugo Barrantes Ureña
Arzobispo Metropolitano.